En 2024, la Global Footprint Network estimó que “los humanos utilizaremos tantos recursos ecológicos como si viviéramos en 1,7 planetas Tierra”. Este uso excesivo de recursos pone de relieve cómo la economía global se ha desarrollado a costa de una degradación ambiental continua. El Informe Dasgupta de 2021, un informe exhaustivo sobre la economía de la biodiversidad, estimó que, entre 1992 y 2014, el capital humano per cápita, definido como mano de obra, habilidades y conocimientos, aumentó alrededor de un 13% y el capital producido por persona, como carreteras, edificios y fábricas, se duplicó. Mientras tanto, el capital natural per cápita, definido como “el stock de activos naturales renovables y no renovables que generan un flujo de beneficios para las personas”, cayó un 40%.
A medida que enfrentamos los desafíos que surgen del cambio climático y la pérdida de biodiversidad, existe una creciente necesidad de incorporar consideraciones ambientales en la toma de decisiones económicas.
¿Qué desafíos enfrentamos al incorporar el valor de la naturaleza en las decisiones económicas?
La degradación ambiental surge de lo que los economistas llaman el problema de las externalidades: la incapacidad de los individuos directamente involucrados en una transacción para dar cuenta de los costos indirectos que soporta la sociedad. Un ejemplo de esto sería un terrateniente que tala un bosque sin tener en cuenta su papel en la absorción de gases de efecto invernadero. Además, cuantificar el valor del aire limpio o de los ríos no contaminados utilizando métricas económicas tradicionales es difícil en ausencia de un mercado formal. Como resultado, la humanidad ha tratado los servicios proporcionados por la naturaleza (“servicios ecosistémicos”) –como el oxígeno de los árboles, la polinización de los cultivos por las abejas y la mitigación de las inundaciones en los humedales– en gran medida como si fueran gratuitos, sin tener en cuenta el agotamiento de estos recursos causado por sus acciones.
Para abordar las externalidades es necesario incorporar los costos sociales al precio de los bienes y servicios creados en la economía. Lo ideal sería calcular y fijar el precio del carbono emitido durante la producción, la pérdida de biodiversidad causada por la contaminación del agua, el agotamiento del oxígeno debido a la deforestación, etcétera. La idea subyacente es valorar los bosques, lagos y otros recursos naturales no sólo por los bienes en los que se pueden transformar, sino también por el valor que aportan a la sociedad cuando permanecen en su forma natural original. Por ejemplo, las plantas absorben el CO2 de la atmósfera y liberan oxígeno mediante la fotosíntesis. Por lo tanto, en principio es posible calcular el precio de las emisiones de CO2 estimando el costo de plantar árboles para compensarlas. Sin embargo, valorar otras externalidades ambientales es más complejo. Asignar un valor monetario a la pérdida de biodiversidad (como la extinción de especies animales debido al cambio climático) es especialmente complicado porque involucra factores que no son fácilmente cuantificables, como el valor intrínseco de las diferentes especies animales y los impactos a largo plazo en los ecosistemas.
¿Cuáles son algunos ejemplos de intentos de incorporar la naturaleza a los mercados financieros?
A pesar de las dificultades para asignar un valor monetario a las externalidades ambientales y los servicios ecosistémicos, los mercados financieros podrían ofrecer herramientas y mecanismos para abordar estos desafíos al contabilizar el impacto ambiental de las empresas y canalizar las inversiones hacia iniciativas sostenibles. Al desarrollar instrumentos financieros que reconozcan el valor de los recursos naturales, podríamos incentivar a las empresas a priorizar la preservación del medio ambiente. Este enfoque podría ayudar a cuantificar el valor de la naturaleza y dirigir fondos hacia emprendimientos con un impacto ambiental positivo. En las siguientes secciones, examinamos cómo los mercados financieros están tratando de incorporar el valor de la naturaleza y evaluamos la eficacia de estos esfuerzos.
Inversiones sostenibles
Las inversiones sostenibles tienen como objetivo generar rentabilidad financiera y, al mismo tiempo, promover el valor ambiental o social. Estas inversiones, que suelen denominarse “ESG” (ambiental, social y de gobernanza), abarcan una amplia variedad de instrumentos, que van desde bonos verdes (títulos de deuda emitidos para financiar proyectos con impactos ambientales positivos) hasta fondos cotizados en bolsa (ETF) centrados en ESG que seleccionan acciones o bonos en función de criterios ESG.
A pesar de las recientes reacciones negativas, la demanda de inversiones ESG ha aumentado en los últimos años y se espera que siga creciendo en Estados Unidos. Un estudio reciente muestra que, en el año posterior a la publicación de las calificaciones de sostenibilidad por parte de una conocida agencia de calificación en 2016, los fondos de “alta sostenibilidad” experimentaron 24.000 millones de dólares en entradas netas, mientras que los fondos de “baja sostenibilidad” experimentaron, en cambio, 12.000 millones de dólares en salidas netas. Esto ocurrió a pesar de la falta de evidencia de que los fondos de alta sostenibilidad superen a los fondos de baja sostenibilidad.
Sin embargo, persisten importantes preocupaciones en relación con la eficacia y la transparencia de las etiquetas ESG. Un análisis de los fondos mutuos autoetiquetados ESG en los EE. UU. ha descubierto que estos fondos tenían una cartera de empresas con “peores antecedentes de cumplimiento de las leyes laborales y ambientales” en comparación con los fondos no ESG dentro de las mismas instituciones financieras entre 2010 y 2018. Los autores descubrieron que, a pesar de que los fondos ESG tenían carteras de empresas con puntuaciones ESG más altas, estas puntuaciones estaban correlacionadas con la cantidad de divulgaciones voluntarias relacionadas con ESG, en lugar de con los registros de cumplimiento reales o los niveles de emisiones de carbono.
Otro estudio que analizó datos de emisiones de más de 3.000 empresas entre 2002 y 2020 sugiere que las estrategias de inversión sostenibles que implican la desinversión de empresas “marrones” en favor de las “verdes” pueden ser contraproducentes. Los autores descubrieron que cuando las empresas “verdes” experimentan un menor costo de capital, sus emisiones no cambian mucho, pero cuando las empresas “marrones” experimentan un mayor costo de capital, sus emisiones aumentan significativamente. Esto se debe a que la desinversión en empresas “marrones” aumenta su costo de capital y las obliga a seguir utilizando sus actuales métodos de producción altamente contaminantes en lugar de invertir en nuevas tecnologías verdes que podrían reducir las emisiones.
Por último, un análisis de las operaciones de financiación de la biodiversidad entre 2020 y 2022 reveló que aproximadamente el 60% se financió únicamente con capital privado, mientras que el 40% restante se realizó mediante “financiación combinada” (capital privado combinado con financiación pública o filantrópica). El estudio también reveló que el capital privado puro tendía a financiar operaciones de menor escala con mayores rendimientos financieros esperados pero impactos menos ambiciosos en la biodiversidad. Por el contrario, la financiación combinada se utilizó para proyectos de mayor escala con menor rentabilidad pero impactos más ambiciosos en la biodiversidad. Los autores sugieren que la financiación combinada es una herramienta útil para atraer a inversores privados al reducir su riesgo y cerrar la brecha de rentabilidad.
Créditos
Los créditos ambientales son instrumentos financieros que permiten a los compradores apoyar indirectamente acciones ambientales específicas. Por ejemplo, al comprar créditos de carbono, un inversor paga a otra empresa para que reduzca sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). En comparación con otros tipos de créditos emergentes, el mercado de créditos de carbono está bien establecido: en 2022, el mercado voluntario de carbono tenía un tamaño de mercado de alrededor de 2.000 millones de dólares que cubrían 1,7 gigatoneladas de carbono, y los mercados de cumplimiento tenían un tamaño de mercado de alrededor de 850.000 millones de dólares que cubrían poco menos del 20% de las emisiones globales de GEI en 2021.
Se han propuesto otros tipos de créditos relacionados con la naturaleza, como los créditos de biodiversidad, para crear recompensas financieras por la conservación. Según este modelo, una empresa diseña un plan para mejorar la biodiversidad y lo implementa con un seguimiento regular, ya sea por parte de la propia empresa o de un tercero. Se genera un crédito de biodiversidad cuando el seguimiento confirma que se han alcanzado objetivos específicos en materia de biodiversidad. El crédito puede luego venderse y los ingresos se reparten entre el propietario de la tierra y el promotor del crédito de biodiversidad. Algunas empresas han comenzado a vender créditos de biodiversidad y las Naciones Unidas están facilitando actualmente una alianza internacional voluntaria sobre créditos de biodiversidad. La UE también está explorando los créditos de biodiversidad y los créditos de carbono vinculados a la biodiversidad a través de su proyecto Climate Biodiversity Nexus.
Los desafíos que enfrentan estos créditos basados en la naturaleza incluyen garantizar que los ingresos provenientes de los créditos se utilicen para alcanzar los objetivos previstos y medir con precisión el impacto ambiental.
Empresas que preservan la naturaleza
Otro método para internalizar las externalidades ambientales en los mercados financieros es la creación de empresas de conservación de la naturaleza. El objetivo principal de estas empresas es comprar o arrendar tierras y gestionarlas para generar servicios ecosistémicos. Los propietarios de tierras pueden donar o vender servidumbres de conservación, lo que hace que el propietario pierda ciertos derechos, como el derecho a desarrollar o subdividir la tierra. Hay 221.256 servidumbres de conservación que cubren aproximadamente 38 millones de acres de tierra en los EE. UU. Si bien las servidumbres de conservación están asociadas con beneficios fiscales para los propietarios de tierras, el Servicio de Impuestos Internos ha observado abusos de estas ventajas fiscales.
En algunos casos, se prevé que estas empresas coticen en bolsa, con la idea de que el proceso de descubrimiento de precios asociado a la negociación refleje el valor de proteger los activos naturales. Este modelo estaba siendo considerado por la Comisión de Bolsa y Valores cuando la Bolsa de Valores de Nueva York propuso incluir en la lista de cotizaciones públicas a “empresas de activos naturales”. Si bien la propuesta fue retirada en enero de 2024, el New York Times señala que hay prototipos de este modelo en marcha en los mercados privados.
Las empresas que se dedican a la conservación de la naturaleza buscan generar beneficios económicos junto con sus esfuerzos de conservación. Estos beneficios se logran normalmente mediante la venta de créditos de carbono o actividades económicas como la agricultura sostenible, el alquiler de propiedades, la producción de energía renovable y el ecoturismo. Los ingresos de estas actividades pueden destinarse a pagar los préstamos utilizados para comprar la tierra.
Integrar el valor de la naturaleza en las empresas que la preservan es un desafío por varias razones. En primer lugar, las fórmulas básicas de valoración financiera implican que el precio de las acciones de una empresa es el valor descontado de todos los flujos de efectivo futuros que los inversores esperan que genere. En mercados competitivos, las empresas basadas en la naturaleza tendrían que ofrecer rendimientos competitivos a sus inversores para asegurar la financiación que necesitan para operar con éxito. Sin embargo, para generar tales ganancias, las empresas pueden verse obligadas a monetizar los servicios ecosistémicos o extraer valor de los recursos naturales que supervisan en lugar de preservarlos. Si esta extracción de valor es necesaria para atraer a los inversores, las actividades económicas deberían realizarse de manera sostenible y transparente, por ejemplo, a través de la agricultura sostenible o el ecoturismo.
Otro desafío es el de garantizar la transparencia y la supervisión rigurosa de las actividades de las empresas que preservan la naturaleza. Estas empresas deben demostrar que sus operaciones benefician genuinamente al medio ambiente, pero medir la biodiversidad, por ejemplo, es inherentemente difícil debido a su naturaleza compleja. Implementar los marcos de auditoría y presentación de informes necesarios para monitorear estas actividades también es una tarea compleja, que a menudo requiere recursos y conocimientos técnicos importantes. La falta de métricas estandarizadas para la biodiversidad dificulta aún más la capacidad de los inversores para evaluar el verdadero impacto de sus inversiones.
A pesar de estos desafíos, las empresas que preservan la naturaleza encarnan la poderosa idea de que asignar valor a los beneficios intrínsecos de la naturaleza es esencial para su preservación. Al atraer capital privado a las iniciativas de conservación, pueden abordar necesidades de financiación que el gobierno y la filantropía por sí solos no pueden satisfacer. Dada la importante brecha de financiación para prevenir la pérdida de biodiversidad (se estima en más de 700 mil millones de dólares anuales), la esperanza es que, con las salvaguardas adecuadas y operaciones transparentes, las empresas que preservan la naturaleza puedan contribuir significativamente a la preservación del medio ambiente y, al mismo tiempo, ofrecer a los inversores la perspectiva de obtener ganancias a largo plazo.
Conclusiones
Valorar la naturaleza en los mercados financieros es una tarea esencial, pero compleja, que requiere enfoques innovadores y consideraciones cuidadosas. Si bien el estado actual de las inversiones sostenibles y de las empresas que preservan la naturaleza es prometedor, aún quedan desafíos importantes para garantizar que la naturaleza sea valorada y protegida adecuadamente. Al abordar estos desafíos, podemos crear instituciones financieras que respalden el desarrollo económico y promuevan la sostenibilidad ambiental.